Ella lo intentó, intentó explicarme cómo son ellos, cómo piensan, cómo viven… Pero me advirtió que cualquier idea que me hiciera de lo que allí iba a encontrar era equivocada. Estuve allí. Ahora entiendo lo difícil que resulta transmitirlo con palabras y la razón que poseían las suyas.

En el Sáhara todo es tan sencillo, humano e intenso que después de vivirlo se queda contigo de por vida. Al regresar te dejas con ellos sensaciones maravillosas que sabes que no podrás tener aquí. Porque lo tenemos todo, demasiado, tanto que nos centramos en cosas que a veces nublan la importancia de las realmente esenciales, muchas de ellas tan innecesarias e inútiles que ellos ni siquiera imaginan su existencia. Y son más felices.

Te liberan, te concibes como lo que realmente eres, un ser humano. Disfrutas y aprecias a cada instante tu ser y lo que te rodea, personas igual que tú y yo, con necesidades, deseos, motivaciones, sentimientos, humanidad; personas. Pero sólo ocurre allí.
Amables, atentos, cariñosos, tranquilos, sencillos y sinceros; hacen que roces tu origen como ser humano con emociones básicas, prescindiendo de muchas comodidades, caprichos y antojos que nuestra sociedad sí nos permite tener.
Cuando vuelves y reflexionas, te das cuenta de que no sólo te has visto capaz de vivir con mucho menos sino que te has sentido más feliz y vivo que nunca. La sensación es imposible de expresar. Nunca te recuperas del todo.
En ningún caso podría llegar a hacerlo comprender, ni lo pretendo, porque para eso se ha de ir allí y convivir con ellos en ese paraíso de sensibilidad. Lo que sí haré es intentar transmitir las abismales diferencias que existen entre nuestra sociedad y la localizada en ese trocito mágico de desierto, de la forma que considero más efectiva, la comparación directa de escenas cotidianas de estos dos lugares. Hacer ver que hay formas de vivir muy diferentes con escalas de valores muy dispares y replantear con todo ello y a todos, conceptos básicos como lo son el de libertad, necesidad o la propia vida.